Un día después en el gran río
Una barcaza navegaba lentamente río arriba. En un
recodo del Guadalquivir, la bruma se mezclaba entre las
sombras de cinco hombres, apreciándose sombreros de
ala ancha, capas y aceros. Uno de ellos llevaba una capucha de la orden monegasca.
—Ya es hora de que os diga lo que llevo aquí, que no es pierna de cerdo. Aunque parecen muy claras, mis ideas sobre el fin de mi vida es continuar en esta otra vida. Al momento, lo que sacó del zurrón se dibujaba en las sombras del río, donde las luces de algunas antorchas se alargaban entre olores de la humedad fría del alba. Sacó una especie de instrumento de cuerda que templó y, dirigiéndose al ex-capitán de Flandes y ex-guardia del palacete de “la Perdiz”, le pidió: 50
—Por favor, dejadme que toque y cante. No creo que le importe a mi Señor, al que encomendé mi alma y mi encierro en ese monasterio tan sobrio, pero tan cerca del cielo. Además, debo ensayar, pues mis manos ya no son las de antes con mi laúd. Éste me lo regaló el mejor artesano de guitarras y púas de España y del mundo, Galiciano, quien tiene su taller en la callejuela del Mucho trigo, al lado de la plaza del Abrevadero de los potros. Está hecha con cariño y maderas nobles de cedro y palo de santo de cerca de donde vamos.
—Que Dios no lo quiera –mandó el ex-capitán.
—Con espada prometo y juro que, si estoy aquí, no es por mi devoción –continuó Joaquín–, sino porque mi prior me ha pedido que recuerde parte de mi otra vida y porque, si no, sería castigado con la expulsión y excomunión. Pues era causa mayor y debía poner mis saberes antiguos. En este caso no me refiero a mis capacidades de ermitar y rezar en sierras qurdubesas, sino a otras, fueran cuales fueran, por el bien de mi religión, mi fe y por el bien del Reino y de mi Rey, con el que una Reina pelirroja de la Germanía está haciendo lo que quiere. En un momento, Rodrigo, un ex-combatiente fiel a su capitán, fuerte como tres mulos juntos, que se encontraba al timón, exclamó: —¡Tened cuidado con los árboles y piedras en los recodos! Que casi no se divisan con la cera encendida en la proa de la barcaza. Tras eso, el fraile se quitó los hábitos y apareció como un hombre con buen y robusto talle, enjuto entre cueros gastados, con aspecto de mezcla de hidalgo y malhechor. Después de despojarse de las 51 entre notas y letra recitada, que hablaba de amores turbios y tierras lejanas:
—He de confesaros a todos algo: esta ropa con la que llegué ya no me acomoda bien en mi enjuto cuerpo, adormilado entre la calma del retiro, el monasterio más bonito de todos, y en esa sierra… Sigamos y rememos más aprisa, para que no nos reconozcan desde las tres torres de vigía que lindan con la ribera, en el puerto al lado de la cárcel del alcázar.

Tenemos que llegar antes del relevo de la guardia, para la toma del primer caldo caliente de la mañana. Así evitaremos ser vistos y que llegue a oídos de alguaciles. Es mejor pasar desapercibidos, porque esta ciudad, a veces, no se diferencia de pueblos y villas, siendo como lo quiere el capitán y mejor para nuestra encomienda.
—Cómo me recuerda esto, noches frías y estar mojado entre nieblas y brumas, al momento de la “camisa blanca” –dijo el ex-capitán. Entonces estaba yo apresto de hacer el mayor daño a ésos que tanto nos odiaban y que eran partidarios del príncipe de la naranja. Cómo recuerdo la excitación que sentíamos aquellos descamisados antes de dar nuestra vida por el Reino y por pagas que, a veces, no llegaron. Tuvimos que hacer y cobrarnos de aquellos desagradecidos las pagas, como en la noche de… Sus palabras se interrumpieron por un intenso ruido rítmico que se entremezclaba con la bruma. Ésta empezó a disiparse y apareció una zona de pequeñas isletas, donde algunas casetas con norias que recuerdan a molinos, heredadas de los hijos de Alá, servían de casa para muchos pájaros y patos silvestres, entre grandes juncos, arbustos e 52 hierbajos. Los ruidos de los remos recordaban el pasado en galeras de algunos de los que iban en la barcaza.
—¡Esperad! –ordenó el ex-capitán. Ya llegamos. Abatid ahora más flojo. Tras pasar sin ser vistos por el cambio de guardia, dos piqueros, a lo lejos, comían y se calentaban en una hoguera encendida con unos pocos troncos secos. Junto a ellos había una pequeña torre de vigía en el río, que continuaba con una muralla en suave pendiente y donde se podían ver palmeras y otros árboles a modo de sistema defensivo más propio de alcázares del norte de África.


Numerosos pájaros empezaron a hacer los primeros ruidos en grandes arboledas que brotaban por todos lados en isletas y riberas. —Subamos esta cuesta – propuso el ex-capitán–, pegados a la pared de la fortaleza. Al final de ella, tirad a la derecha. —¡Por fin!, ya hemos pasado lo peor –exclamó don José. Después, el grupo anduvo entre las calles de una ciudad siniestra, a través del camino mozárabe de Santiago, pasando por un gran monumento religioso. En ese momento, el noble y vasto Rodrigo preguntó: —¿Qué es esto que es más grande que mi catedral maña?
—Es la más grande iglesia de los no confesores –le respondió Joaquín. —¡Jamás vi monumento tan importante!, ni siquiera La Mezquita 53 la mezquita del monte, cerca de Ceuta, con tantas columnas de mármol y arcos, –dijo admirado el ex-capitán de Flandes. Tras un breve paseo franquearon una cruz que, a su vez, separaba caminos al lado del río y llegaron a una plaza cuando empezaba a amanecer.
—Daos prisa –pidió Joaquín. Tras beber en una bonita fuente en mesura con el hospital cercano, en medio de la plaza, se dirigieron al frente a una Posada. Desde allí una mujer, tras quitarse de su cabeza un cántaro de agua y la almohadilla, vino corriendo, desde lo lejos, a su encuentro.
—¡No me lo puedo creer! –dijo. Sabía que vendrías a buscarme.
¡Ahora mismo dejo a mis hijos con mi hermana y me voy con vosotros! En esto, al ir ella a abrazarlo, Joaquín exclamó: —¡Ayudadme los que me acompañan o no respondo! Interponiéndose Rodrigo y Manuel, agarraron a la mujer y le pusieron una espada cerca del cuello. Joaquín retrocedió.
—No parezco lo que crees –le dijo desde cierta distancia a Carmela. Vengo y sigo siendo hermano de la Paz en Dios. Éstos son amigos y compañeros, y hemos quedado mañana en reunirnos en la venta para asuntos que atañen a nos y a la encomienda que traemos.
—Ya es hora de que os diga lo que llevo aquí, que no es pierna de cerdo. Aunque parecen muy claras, mis ideas sobre el fin de mi vida es continuar en esta otra vida. Al momento, lo que sacó del zurrón se dibujaba en las sombras del río, donde las luces de algunas antorchas se alargaban entre olores de la humedad fría del alba. Sacó una especie de instrumento de cuerda que templó y, dirigiéndose al ex-capitán de Flandes y ex-guardia del palacete de “la Perdiz”, le pidió: 50
—Por favor, dejadme que toque y cante. No creo que le importe a mi Señor, al que encomendé mi alma y mi encierro en ese monasterio tan sobrio, pero tan cerca del cielo. Además, debo ensayar, pues mis manos ya no son las de antes con mi laúd. Éste me lo regaló el mejor artesano de guitarras y púas de España y del mundo, Galiciano, quien tiene su taller en la callejuela del Mucho trigo, al lado de la plaza del Abrevadero de los potros. Está hecha con cariño y maderas nobles de cedro y palo de santo de cerca de donde vamos.
—Que Dios no lo quiera –mandó el ex-capitán.
—Con espada prometo y juro que, si estoy aquí, no es por mi devoción –continuó Joaquín–, sino porque mi prior me ha pedido que recuerde parte de mi otra vida y porque, si no, sería castigado con la expulsión y excomunión. Pues era causa mayor y debía poner mis saberes antiguos. En este caso no me refiero a mis capacidades de ermitar y rezar en sierras qurdubesas, sino a otras, fueran cuales fueran, por el bien de mi religión, mi fe y por el bien del Reino y de mi Rey, con el que una Reina pelirroja de la Germanía está haciendo lo que quiere. En un momento, Rodrigo, un ex-combatiente fiel a su capitán, fuerte como tres mulos juntos, que se encontraba al timón, exclamó: —¡Tened cuidado con los árboles y piedras en los recodos! Que casi no se divisan con la cera encendida en la proa de la barcaza. Tras eso, el fraile se quitó los hábitos y apareció como un hombre con buen y robusto talle, enjuto entre cueros gastados, con aspecto de mezcla de hidalgo y malhechor. Después de despojarse de las 51 entre notas y letra recitada, que hablaba de amores turbios y tierras lejanas:
—He de confesaros a todos algo: esta ropa con la que llegué ya no me acomoda bien en mi enjuto cuerpo, adormilado entre la calma del retiro, el monasterio más bonito de todos, y en esa sierra… Sigamos y rememos más aprisa, para que no nos reconozcan desde las tres torres de vigía que lindan con la ribera, en el puerto al lado de la cárcel del alcázar.

Tenemos que llegar antes del relevo de la guardia, para la toma del primer caldo caliente de la mañana. Así evitaremos ser vistos y que llegue a oídos de alguaciles. Es mejor pasar desapercibidos, porque esta ciudad, a veces, no se diferencia de pueblos y villas, siendo como lo quiere el capitán y mejor para nuestra encomienda.
—Cómo me recuerda esto, noches frías y estar mojado entre nieblas y brumas, al momento de la “camisa blanca” –dijo el ex-capitán. Entonces estaba yo apresto de hacer el mayor daño a ésos que tanto nos odiaban y que eran partidarios del príncipe de la naranja. Cómo recuerdo la excitación que sentíamos aquellos descamisados antes de dar nuestra vida por el Reino y por pagas que, a veces, no llegaron. Tuvimos que hacer y cobrarnos de aquellos desagradecidos las pagas, como en la noche de… Sus palabras se interrumpieron por un intenso ruido rítmico que se entremezclaba con la bruma. Ésta empezó a disiparse y apareció una zona de pequeñas isletas, donde algunas casetas con norias que recuerdan a molinos, heredadas de los hijos de Alá, servían de casa para muchos pájaros y patos silvestres, entre grandes juncos, arbustos e 52 hierbajos. Los ruidos de los remos recordaban el pasado en galeras de algunos de los que iban en la barcaza.
—¡Esperad! –ordenó el ex-capitán. Ya llegamos. Abatid ahora más flojo. Tras pasar sin ser vistos por el cambio de guardia, dos piqueros, a lo lejos, comían y se calentaban en una hoguera encendida con unos pocos troncos secos. Junto a ellos había una pequeña torre de vigía en el río, que continuaba con una muralla en suave pendiente y donde se podían ver palmeras y otros árboles a modo de sistema defensivo más propio de alcázares del norte de África.


Numerosos pájaros empezaron a hacer los primeros ruidos en grandes arboledas que brotaban por todos lados en isletas y riberas. —Subamos esta cuesta – propuso el ex-capitán–, pegados a la pared de la fortaleza. Al final de ella, tirad a la derecha. —¡Por fin!, ya hemos pasado lo peor –exclamó don José. Después, el grupo anduvo entre las calles de una ciudad siniestra, a través del camino mozárabe de Santiago, pasando por un gran monumento religioso. En ese momento, el noble y vasto Rodrigo preguntó: —¿Qué es esto que es más grande que mi catedral maña?
—Es la más grande iglesia de los no confesores –le respondió Joaquín. —¡Jamás vi monumento tan importante!, ni siquiera La Mezquita 53 la mezquita del monte, cerca de Ceuta, con tantas columnas de mármol y arcos, –dijo admirado el ex-capitán de Flandes. Tras un breve paseo franquearon una cruz que, a su vez, separaba caminos al lado del río y llegaron a una plaza cuando empezaba a amanecer.
—Daos prisa –pidió Joaquín. Tras beber en una bonita fuente en mesura con el hospital cercano, en medio de la plaza, se dirigieron al frente a una Posada. Desde allí una mujer, tras quitarse de su cabeza un cántaro de agua y la almohadilla, vino corriendo, desde lo lejos, a su encuentro.
—¡No me lo puedo creer! –dijo. Sabía que vendrías a buscarme.
¡Ahora mismo dejo a mis hijos con mi hermana y me voy con vosotros! En esto, al ir ella a abrazarlo, Joaquín exclamó: —¡Ayudadme los que me acompañan o no respondo! Interponiéndose Rodrigo y Manuel, agarraron a la mujer y le pusieron una espada cerca del cuello. Joaquín retrocedió.
—No parezco lo que crees –le dijo desde cierta distancia a Carmela. Vengo y sigo siendo hermano de la Paz en Dios. Éstos son amigos y compañeros, y hemos quedado mañana en reunirnos en la venta para asuntos que atañen a nos y a la encomienda que traemos.
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