La triste leyenda.
ACTO I
ESCENA
I
Obra de teatro en tres actos del excelentísimo médico don Luis de Villanueva del Duque, hecha en modo de fantasía. Para tratamiento del duelo y vapores por la muerte de su hijo el Príncipe Carlos y por el qué dirán con su leyenda negra. Los enemigos de la patria. Con la alianza contra nuestro rey don Felipe.
Lugar: Sala
de las Batallas, del monasterio de El Escorial.
Aun lado
del escenario se encuentra postrado en su sillón de cuero, el decrépito y
longevo rey. Con la mirada como ida, con gran tristeza en su ánimo interior. Un
lacayo entra despacio en la sala viene con una bandeja de plata, da unos pasos
más y ofrece al monarca el chocolate caliente de la tarde. Hecho al estilo de
Flandes más líquido, que el que se puede tomar en algunas tabernas de Madrid
con buñuelos.
EL AYUDANTE. — ¡Buenas tardes que diríamos en Castilla, majestad vuestro chocolate!
De una de las puertas contigua, entran ahora y avanzan por la sala
varias damas vestidas a la francesa que acompañan a su majestad, tras esto se
sitúan junto al sillón que preside la presentación.
Mientras la reina previamente se
acomoda, sentándose mirando al rey que ahora sí, este había avivado algo su
mirada lejana.
LA REINA. —Buenas tardes, Felipe, como te encuentras hoy de ánimo sigues igual que ayer. No dejando de pensar en la tristeza por Carlos y lo que dirán los cortesanos del reino.
FELIPE. —Si
mi querida Isabel, sigo abatido por ello, tras esto la reina le pregunta.
¿Que por qué no se encontraba allí don Luis el médico?
La reina, dirigiéndose a la dama de
Montpellier.
LA REINA. —
decirle a la camarera mayor ¡Que le avisen!
LA CAMARERA.
— ¡Si mi Reina!
En esto desde el fondo de la sala se
oye la voz lírica de un tenor, que canta a capella y con aire ostentoso:
La desgracia ha querido, herir (Mi) a nuestro rey (La m)
Con alianzas han mentido, (Mi) sobre
nuestro príncipe
Perdido. (La m)
Pero (rem) nuestra Reina con su pena
(La m) y el pueblo (Mi) con su dolor, echarán a los que protestan, con leyenda
oscura de estos reinos.
Ad libitum ¡Viva Isabel, Viva Felipe y Viva España!
En medio de los aplausos de todos, en la sala de las batallas del monasterio de El Escorial. Se acerca ahora don Luis en batín de cama y con su maletín de cuero. Acompañado por Jose Manuel él ayuda. Que con paso presto se acercan a donde sentados los observan el rey y la reina.
—LA REINA. —
Acomodaos en esas sillas galeno y compañía, don Felipe me tiene preocupado con
sus ausencias, su mirada ya no está cerca de mí y pienso si lejos de los
quehaceres de estos reinos, ¿estará? Por lo cual me tiene preocupada, ¿habéis
observado algo?, por favor mi amigo Monsieur doctor actualizarme, sé que
paseáis y lo visitáis a diario.
Ahora don
Luis se acerca y habla al oído con el prudente, le observa su ayuda barbero, el
monarca le refiere. Sin que la reina pudiera oírlos, que estaba cansado de las
celebraciones de la reina.
Que era consciente que lo hacía por buena causa, para animarlo en
su desconsuelo, pero al le apetecería por otra parte. Que todos los
invitados presentes en esta pequeña representación teatral.
Supieran su verdad, sobre la leyenda que se había tejido a su alrededor, pero
que como bien conocía su fiel médico. Él era de carácter lipemaniaco tímido y
nunca el dar discursos, le había dado buenos resultados. Preguntando ahora al
galeno que, ¿si se le ocurría algo para ayudarlo le estaría eternamente
agradecido?, a lo que don Luis, le propuso que se le acababa de sobrevenir una
terapia. Darle una pócima que lo sedaría sin adormecerlo del todo.
De tal manera que así su alma tendría más libertad. Para decir
todo lo que tanto tiempo ha tenido reprimido en sus adentros. Pero que antes
tenía que consentirlo, que al igual que algunos criadores de gallinas rojas
señalando con un dedo y con un movimiento lento mientras ordenaba con voz grave
y monótona. Lo hará entrar en trance y en esta misma representación, dirá todo
lo que a buen bien de su alma salga.
A lo que es interrumpido por el monarca. Comentándole que como él sabía. Era no solo un hombre de estado, sino humanista e incluso cercano a la magia, con reunión de esotéricos, en una de las torres de este monasterio. Por lo que tenía su orden y su consentimiento, de que lo hiciera ya.
ACTO I
ESCENA II
DON LUIS. —Damas y miembros de esta corte del rey más prudente del Orbe, permitir que con el consentimiento del rey lo ayude. Necesito absoluto silencio y ¡la maestre de sala por favor cerrar algo más las cortinas que dan al jardín del rey, de esta sala de las batallas!
La REINA. — ¡Ayudar al médico y callar todos!
Ahora don Luis mirando fijamente al rey de pie, que se encuentra de pie y con voz alta y monótona.
DON LUIS. —
Majestad mirar este dedo medio de mi mano diestra y seguirlo siempre con la
mirada, debéis de pensar en algo que os relajé…, un recuerdo de vuestra
juventud que no nos importuné…. Y seguirlo con la mirada… ¡Vuestro cuerpo
majestad está muy cansado venís de San Quintín y os pesa mucho la armadura,
respiráis muy lentooooo…!, mientras don Luis rítmicamente mueve su mano,
haciendo que las pupilas del don Felipe le sigan. A la par que la copa con
adormidera de láudano, flores de melisa y del tilo. Van ayudando a que entre en
trance de sueño profundo, donde hay más libertad. Para que los recuerdos e
impulsos afloren, en esto el galeno:
DON LUIS. —¡Por último, majestad, por el bien de ayudar hasta que os despierte, solo obedeceréis la voz de vuestro médico!
DON FELIPE. — Así lo haré mi estimado Luis.
DON LUIS. —
dirigiéndose a doña Isabel la reina, podéis continuar con la representación
teatral.
LA REINA. —
Pues esta, es la ocasión de que conteste a mis preguntas, aunque sea delante de
mis cortesanos, lo que de mi esposo no conseguí antes. No me la pierdo
¡decirle!, ¿qué, si es verdad que me quiso y que, aunque ya longevo, se casó
conmigo más que por España?
DON LUIS. — Majestad…
Vuestra esposa, quiere saber si os casasteis con ella, ¿solo por negocios de
familias o por amor, aunque ya casi entrado en años estabais?
DON FELIPE.
— ¡Vamos, que, con el protocolo, me acaba de llamar viejo, que les pregunten a algunas
damas!
LA DAMA. —
¿Quién de nosotras majestad?
LA REINA. — ¡No si al final me voy a enterar de algo nuevo que no sabía!, y yo ¿qué pensaba que estaba celoso del cariño mío y de mi familia hacia el príncipe?, incluso cuando pretendió juntarlo. Con esa reina de escocia María Estuardo, menos mal que se dio cuenta de que no podía controlar a su heredero lejos de él.
Borrador, de "Carlos, hijo de su padre".
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