Plaza de carruajes dos damas caminan atravesándola, detrás de ellas discretamente las acompañan dos alabarderos de la guardia real, hace un estupendo día, en una esquina más atrás del amplio vergel que ahora les rodea. Viene caminando pensativo don Luis no en vano es costumbre en él, a media tarde los días el que el sol no aprieta mucho, ni hay vientos o aguas que lo impidan, pasear algo para fortalecer sus piernas.
Poco después, se cruza con doña Isabel la esposa francesa del rey, madre del
perdido y bien amado por ella el príncipe de Asturias. Tras las salutaciones de
rigor la reina le conmina a que camine junto a ella, pidiéndole ahora a su dama
que se retire, poco después el médico y la soberana pasean ya por la explanada
a modo de jardín. Que además de los de paseos, de armas, desfiles y carruajes
sirve también.
Doña Isabel plantea al médico, de qué está en un sinvivir, que ya no desea casi
nada de este mundo; después de la gran pérdida que todo el reino ha tenido. Y
que el príncipe era para ella no solo un ex pretendiente sino un hijo bien
amado, y que le consta que él la quería demasiado y no había superado su
desilusión. Por la terminación de su compromiso nupcial y que ella había
hablado mucho con el como una madre, siendo consciente y conocedora del mito de
Edipo, por lo cual deducía no se le había tratado con justicia. A su
hijastro, pues para ella lo era y pedía al médico su opinión y ¿cómo podía
ayudarle a superar todo esto? Que azota a todas horas sus pensamientos, ya que
era consciente. De las habilidades que poseía en el tratamiento de los males de
la mente su contertulio. Como podía haber comprobado con sus propios ojos,
cuando intentaba curar y tratar a su hijo hijastro. El médico le comenta a la
soberana de que el mal de sus tristezas y vapores actual y toda la desgana que
le acompaña. Era en cierto modo un mecanismo de su alma que estaba luchando
para salir airosa, de la batalla de los recuerdos y remordimientos que la
atormentan.
Ante las dudas y culpas que le obsesionan por haber tenido que
tener nupcias de familia con el padre de Carlos, el rey Felipe. Aunque él
piensa y de ello vos sabéis que antes priman más los asuntos del reino, pues mi
soberana sois. Y que quizás, además, en todo esto ha estado en medio el
conflicto del rey, con los males de su hijo el príncipe.
No comprendiendo ni podía hacerlo como rey de todos, la terquedad y
desvaríos incluso en ocasiones con ciertos componentes sádicos de don Carlos,
crisis a las que tuvo que enfrentarse, si bien los dos somos conscientes. De
que quizás el padre en ciertos momentos de aposentos reales para adentro, debió
charlar, dedicar más tiempo a sus afectos, tener más paciencia y si me disculpáis.
Haberme avisado como médico, antes majestad.
Pues también la ayuda debe de venir de los que nos dedicamos a oír, consolar y
si es posible curar a los que padecen de enfermedades de la
mente.
Continuando comentando con la reina que era consciente de todo el mal que le
acontecía a su persona y que los días por los que estaba pasando ahora eran los
lógicos de una gran pérdida. En forma de un duelo no resuelto, de un hijo que
amo, que lloro y que le consta que incluso en más de una ocasión socorrió ante
la rectitud y falta de apego de nuestro rey.
Comentándole que sería beneficioso que ambos tuvieran algunos días
de paseos y charlas de descargo donde, su majestad a través de la palabra
pudiera hacer llegar algo de descanso al vapor que emana de su alma.
Alma, dolida por la pérdida de este Príncipe, que quizás no todo haya sido
su mal de antes el causante de su destino, sino que este, también estaba marcado
por cierta cadena de acontecimientos. Uno de ellos como bien sabréis fue su
mala suerte en el colegio Mayor, cuando junto con su primo don Alejandro y su
tío don Juan estudiaba en la Universidad del cardenal Cisneros en Alcalá de
Henares.
Fue ese triste día cuando perseguía a cierta moza que ayudaba en cocinas, con
la desgracia para todo el reino de la fatídica caída que sufrió con aquel
importante golpe en su cabeza. Que le cambio después su espíritu y que no
consiguieron sanar ni la momia de Fray Diego que algo alivio y por su necesidad
inmediata la trepanación de su cráneo por el curandero Pinterete.
Cuadro de mi hermano Emilio Sujar Romero.
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