18. EL PROCESO.
En una de las grandes salas, de este
monasterio palacio, lacayos, pintores, carpinteros, intentan preparar este
recinto. Para el gran acto que va a tener lugar a media mañana, de un día que
se presenta soleado. La luz entra por los amplios ventanales
incrustados dentro de la sillería de ese granito magnético y sólido como el
imperio.
No lejos de allí don Luis toma un chocolate caliente, mientras espera en la
antesala del aposento real del rey, el cual de rodillas reza, apoyado en el
balcón privado que da acceso. A la capilla de la Basílica de San Lorenzo, dormitorio
real, adornado con reliquias y cuadros del Bosco. Don Felipe mientras reza; Es
consciente del día que le espera, pero también es sensato de que: Es rey y
padre y que en el fondo. No es más que otra batalla contra la alianza de
ingleses y holandeses, aunque no halla campo de batalla.
Poco después se sienta, le despojan de su albornoz él ayuda de
cámara y le ayudan a ponerse las calzas y su vestido oscuro. Propio de grandes
solemnidades, saliendo por fin fuera de sus aposentos y da los buenos días
de manera fría a su amigo y médico don Luis. Dirigiéndose a él y pidiéndole le
acompañará hacia el proceso que irremediablemente se iba a llevar a cabo contra
su hijo.
Pues ya había rebosado el vaso de su paciencia y el culmen ha sido: la
serie de despropósitos, que casi a diario realizaba su hijo. Recordándole al
galeno, la ocasión grave en que le falto al inquisidor general. Cuando
desautorizo la representación teatral del actor de Cisneros y más cuando su
hermanastro don Juan, menos mal que estuvo solícito y le aviso a tiempo, aunque
ya parte de todo el reino lo sabía. Pues hasta sus oídos le había llegado de
que su hijo se dedicaba a pedir grandes sumas de ducados. Para una rebelión contra
el reino y lo que es peor, contra su propio padre, momentos después, ambos con
pasos ligeros se dirigen hacia la sala del proceso.
No en vano la determinación y solución final ya está decidida en
la cabeza del padre y del hijo como así se lo hace saber a su hermana Juana y a
su esposa Isabel, que esperan. Pues no en vano el rey ha consentido, de que
declaren en este proceso contra el príncipe como testigos de la defensa, ya que
le consta el gran aprecio que le tienen. La primera lo crio, en su ausencia y
su madrastra fue antes oficialmente su prometida. Cosa que le consta que su
hijo no le perdona.
Doña Juana le pide una vez más y por la familia que detenga todo antes que sea
demasiado tarde y que lo haga por la memoria de nuestro padre. A lo que le
contesta don Felipe de que, si no recuerda, la impresión que a nuestro padre
Carlos le causo ya en Valladolid cuando de joven lo conoció, poniéndome en
aviso. Del fuerte y violento carácter que poseía, de que debía de buscar otras
soluciones para el reino, pues bien, hermana, la respuesta ya está tomada y no se
puede parar. Y aunque sea la más dolorosa que un padre puede tomar sobre el
futuro de la vida de un hijo. Ya está determinada y nada se puede hacer, no hay
palabras que puedan usarse bien para describir esta situación, ni un padre
pueda decirlas, si lo hará y será el bien para mi propio hijo. La propia
evolución de los hechos marcada por su propio destino, si he tenido que
tomarla, a quien más amo y defiendo.
Le pido no me lo tenga en cuenta pues no en vano, nuestros
enemigos esos que tanto protestan, lo aprovecharían en su beneficio, ahora
entran. Poniéndose el tribunal de pie y las pocas personas en forma de
allegados limpios de sangre del rey, que estaban en espera.
Por otro lado, de la sala aparece don Carlos, que es conducido
entre alabarderos de la guardia personal del rey le sigue, detrás miembros de
la casa del príncipe. Que han querido acudir al proceso y que desde hace unos
días ya han sido despedidos de sus puestos de trabajo. Como si la determinación
ya estuviera tomada, el príncipe camina lento casi arrastrado por quien le
acompañan, su rostro está más afilado y aguileño, con la cara demacrada y que
no anuncia salud. Si no más bien caquexia, agresividad y pánico en su mirada,
sin olvidarse de cierto aire de soberbia connatural, siempre en la esencia de
su existir.
El presidente del tribunal abre la sesión y sus primeras palabras son. Para
todos los asistentes, a los que comunica que el consejo de castilla como autoridad
delegada del mandato real. Considera de gran interés de que todo lo que tenga
lugar en estos días no debe salir de ninguna boca, ni palabras ni en escritos,
so pena de ajusticiamiento con garrote. Al que delataré o contaré algo, de lo
allí sucedido. No en vano este proceso se enmarca dentro de los secretos y consejos
de estado.
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