El CAPITÁN DE LA REBELIÓN.
Corre que se las pela en el mes de marzo, el rumor en los mentideros de la villa de que el príncipe Carlos es el capitán de la rebelión en Flandes.
Meses atrás ha habido unas
reuniones secretas, desveladas por chismes en los mentideros de San Jerónimo.
En los que se comenta que el príncipe se ha reunido a altas horas de la
madrugada con unos caballeros extranjeros nobles de las provincias unidas del
norte de Flandes. Que vienen en representación del que allí las dirige y paga
con ayuda de algunos factores de préstamos de judíos y del príncipe francés de
la naranja. Los cuales le han propuesto su lealtad con ayuda económica y le ofrecen
a él, ser caudillo de la rebelión.
Unos días antes en las últimas
horas de la madrugada, antes de que despuntara el alba, dentro del alcázar
mayor de la villa, en los aposentos reales de la casa del príncipe. Él ayuda de
cámara asiste al príncipe de Asturias a vestirse y calzar sus botas y le
recuerda a su señor. La reunión a media mañana que tiene asentada en su agenda
en el día de hoy, con banqueros, nobles y concejo privado, después de la
recepción y almuerzo en una aldea cercana a la villa.
Ahora baja escaleras todo el
séquito los ayudas y gente de confianza se dirigen hacia las cocheras del
alcázar, donde les está esperando ya, el conductor de su carroza. Saliendo poco
después todos fuera del recinto con el pretexto de que al príncipe le apetece
andar y cazar alguna perdiz en la sierra, cogiendo camino de Segovia y tras
varias horas de caminos empolvados y vaivenes, la ayuda se asoma por la ventana
del carruaje y da la orden al cochero de que está se pare en el cruce de la
aldea, que lleva a las obras de El Escorial. Dentro del carruaje el príncipe
comenta en voz alta de como tiraba el dinero su padre. Con sus miedos y con esa
superstición de que en estos lugares hay una de las siete puertas de mal y que
haciendo un templo palacio en honor a San Lorenzo y en forma de parrilla de
martirio. Sellará esa puerta para siempre de los seguidores de «LOL» (“Lucifer
nuestro señor”), más adelante ya en el cruce de caminos se encuentra parada una
carroza.
De la que desciende
ahora, dos caballeros con aires de otras tierras, a los cuales el príncipe les
saluda como compañeros de la causa de la rebelión.
Contra su propio padre,
dada la animo adversidad que le profesa a él, les pide que sigan a su carroza y
poco después se dirigen todos a la villa de la Fresneda donde a las afueras. Se
encuentra “el mesón del labrador”,
momentos antes de llegar a este lugar. Ya han
podido comprobar que se encuentra concurrido por varios carruajes parados, en
el rellano que da a su entrada.
Después descienden
todos de los carruajes y siguiendo el protocolo el príncipe saluda a factores y
banqueros de familias acomodadas en Alemania y Génova, que ya tuvieron que ver
con préstamos a su familia. Uno de ellos pago la coronación de su abuelo en
Amberes, también se encuentran tenientes y capitanes a favor de la causa, en
medio de un día espléndido rallado de sol. Son ahora todos atendidos
con vinos de La Rioja de la zona de Navalcarnero, servidos en tazas de
barro y acompañados de ricas viandas y carnes asadas al horno de leña. Más
tarde todos entran y se acomodan en el salón cerca de la mesa
preparada con tal fin, junto a la chimenea que arde en su
plenitud. Empezando a ser servido todo ello, por ayudas y camareros que ha
apalabrado Basilio el mesonero, entre los asistentes se encuentra Rafael
funcionario de la cifra, “todo oídos” en este cuadro conspiratorio. Para hacer
llegar todo lo que allí se cuente y se diga al rey Felipe.
Más tarde El
príncipe sádico invita a todos a que tomen asiento mientras él sigue
conversando con los factores genoveses enviados por el noble de la naranja. Las
condiciones del préstamo para sufragar, los gastos del viaje, los mercenarios
para la campaña de la rebelión y soldadas posteriores para su futura coronación
como rey de las provincias Unidas. Ahora lo hace en calidad de capitán de la
rebelión y donde será representado ante su junta por el príncipe taciturno en
calidad de Estatúder de las provincias altas.
Estos banqueros le prometen, de
que ya se han puesto de acuerdo y en contacto con gente de confianza que tienen
preparada una cuenta de deuda con los millones de ducados prometidos con el
interés necesario. Dado el gran riesgo de esta gesta gloriosa de su majestad.
Entre tanto Rafael bandeja en mano
revolotea cerca del lugar con el pretexto de servir bandeja en mano, sin perder
de vista ni oído a todo lo que allí está sucediendo. Después de los postres el
príncipe comenta con los presentes que está organizando un servicio de postas
para su ida y poder tomar el barco en Barcelona camino de Génova. Su llegada a
esta ciudad será “la seña” para el comienzo de la rebelión, pero que antes
debía hablarlo con un familiar con tratamiento de alteza, amigo de sus tiempos
de estudiante en Salamanca. Pues necesita remeros y caleras para su viaje hasta
Italia.
Para lo cual le piensa
prometer el reino de Nápoles si colabora. Espera una respuesta favorable, pues
no en vano este mundo se mueve por intereses y en menos de unas semanas
emprenderá su fuga del Alcázar. Y que gracias a la organización de postas y a
las ayudas de nobles y amigos desanimados con su padre, al que reconozco por
cierto que no puedo soportar. Desde que oí a través de las puertas de palacio
en una reunión del consejo de Castilla que entre otro asunto se postergaba mi
boda con la reina Estuardo de Escocia y que no iba a ser. Quien iría en nombre
del reino, como me prometió mi padre a sofocar la rebelión, si no ese
sanguinario Duque de Alba y Pimentel, dadas las noticias que han llegado. De
revueltas y quema de libros e iglesias católicas que se había desencadenado en
ciudades como Amberes, Bruselas y otras, aunque le constaba que las provincias
más meridionales como Luxemburgo y Lieja seguían siendo leales a la Corona.
Todos después de los postres
y brindis por la Nueva Flandes, entre alguna bandera amarilla con el dragón
vomitando fuego. Se despiden de aquel lugar, después que se les entregara
pergamino con el «santo y seña» que debían de quemar de inmediato, para la
comunicación entre ellos y esperando noticias. Pues el ejército rebelado les
espera al habérsele nombrado pretendiente al nuevo reino de las Provincias
unidas y ahora capitán mayor de la rebelión.
Más tarde se dirige a palacio,
atrás cabalga intentando pasar inadvertido Rafael el funcionario de la cifra,
una vez en sus aposentos. El príncipe donde le espera, conversa con
su tío don Juan, al cual le pide máxima discreción de todo lo que le iba a
contar. Y a partir de ahora viera u oyera, refiriendo con todo tipo de pormenores
su plan rogándole se una a su causa, pues le consta que además de
su cariño y amistad. Se trataba de defender una causa justa ante los delirios
de un rey obsesivo de las reliquias y que como bien sabia su padre nunca se
había portado bien con ninguno de ellos dos.
A lo que su tío le
plantea que dada la inmediatez del asunto e importancia que ahí en ello, le dé
un día completo para contestarle y que por supuesto guardaría completo
silencio. Tras ello don Juan, se retira de los aposentos del príncipe y se
dirige a las cocheras en busca de su caballo. En aquel mismo momento, coincide
con la llegada a galope de Rafael el funcionario que presenta un rostro de
fatiga. El capitán se dirige al duque y le comenta que se encamina
de inmediato a hablar con su superior el secretario mayor del ministerio de la
cifra.
Ya que trae
información relevante muy importante que ya sabrá más adelante. Más
tarde le comenta a su superior todo lo que sus oídos y sentidos han sido capaz
de rastrear y retener en su mente dándole cuenta con pelos y señales. De todo
lo acontecido, hace solo unas horas antes, en Navalcarnero, su superior le
refiere que no comente nada de esto con nadie. Y que le acompañe pues el propio
rey lo oirá de sus propias palabras de inmediato, dirigiéndose ambos
apresuradamente a pedir audiencia al rey que se encuentra en juntas. Pero que
hace un receso dada la importancia del caso, en el salón y en presencia del rey
y de la junta de Castilla escuchan atentamente todo lo que aquel funcionario
les refiere. Tras lo cual es premiado y felicitado por el propio rey,
retirándose poco después él para comentárselo a su superior más allegado.
Por otro lado, y poco
después don Juan marcho a El Escorial poniendo en conocimiento de su hermanastro
el rey, más tarde las intenciones de su hijo.
Ante lo cual el rey
monta en colera, sufriendo después un desvanecimiento del que se recuperó
momentos más tarde.
Al día siguiente el
príncipe sádico a través de su casa real llamo a su tío a sus habitaciones.
Ante la sospecha de que no lo iba a ayudar y posiblemente lo había delatado por
lo que una vez en su presencia, saco su espada contra él. Defendiéndose este
hasta que llego la servidumbre y lo redujeron en sus habitaciones.
Ante esto el rey relata a
su consejo privado que la lealtad hacia su hijo había terminado. Pues antes
están los intereses de la corona y pide a los miembros de la junta que le
aconsejen sobre el plan para poner inmediatamente fin a estos desmanes.
Agradeciéndole a su hermanastro la confirmación de las noticias que ya le
constaban.
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